AMOR
GALLEGO
Hola,
me llamo Rubén, tengo 18 años y soy de Santiago. Tal vez os estaréis
preguntando qué hago yo escribiendo; en vez de estar jugando a la consola o de
fiesta con mis amigos como ellos hacen cada sábado. La respuesta es simple:
necesito contaros algo maravilloso.
Todo
se remonta a Diciembre del año pasado. Yo estudiaba segundo de bachillerato con
el propósito de algún día ver realizado mi mayor deseo: estudiar Medicina. Como
ya es por todos conocido, este propósito no es fácil, y requiere muchas tardes
de esfuerzo a lo largo de un año exigente en todos los aspectos.
Fue
en una de esas tardes de estudio, en las que células, sintagmas, filósofos y
demás partes del amplio temario saturan tu cabeza, cuando mi vida cambió por
completo. Estaba siendo un día muy duro, y pensé que no me haría ningún mal dar
una vuelta por el barrio donde vivía, para después poder continuar con mi
labor. Me abroché mis botas de cuero, me abrigué debidamente y salí de casa
mientras me tomaba el ya tradicional plátano de las seis para activar mis
neuronas.
La
niebla era extremadamente densa, como el temario de mis libros, pero eso no fue
impedimento para proseguir con el plan establecido. A los pocos minutos de
empezar con mi paseo por el territorio urbano, fui a topar con esa vecina mía que
rondaba mis pensamientos cada vez que hacía un alto en mis tardes de estudio
de historia. Era Serena, esa chica de
ojos castaños, cabellos oscuros, labios rojos como el jazmín y piel blanca como
la leche. Tenía mi misma edad, y entre sus sueños también se hallaba el
estudiar Medicina. Para mí esa chica siempre había sido un ejemplo dentro de
las aulas, pues su trabajo y su inteligencia eran sobresalientes; pero fuera de
las aulas tampoco era una chica cualquiera. Era amable, sincera, siempre tenía
una palabra bonita para cada una de las personas que la rodeaban, y si de algo
carecía era de miradas fuera de lugar. Creo que, después de esta descripción,
no hará falta que os diga que estaba profundamente enamorado de ella.
Pero
esa tarde, el encuentro fue diferente a los que habían mantenido
esporádicamente desde años atrás. Esta vez, probablemente a causa de la
confianza que me inspiraba el buen primer trimestre que había cursado, me
notaba más confiado.
-Hola
Serena, ¿qué tal la tarde? ¿Estás despejándote un poco de tanto libro, como yo?
– la dije aún con la respiración entrecortada.
-Hola
Rubén, no te había visto llegar. Sí, estoy despejándome un poco también. Es
necesario en un curso como el nuestro – respondió ella con esa voz que parecía
provenir de un ángel.
Quizá
lo que sucedió a continuación no es la forma más común de acercarse
sentimentalmente a una chica, ni la más ortodoxa, pero yo me muevo por
estímulos que muchas veces no puedo reprimir, y esta fue una de esas veces en
las que no me pude controlar.
-Serena,
sé que con la carga que llevamos apenas nos queda tiempo para evadirnos un poco
de los estudios pero, ¿qué te parecería cenar conmigo en un restaurante un día
durante el parón navideño? Llevamos mucho tiempo siendo amigos y siempre he
tenido el deseo de comer contigo. ¿Qué me respondes? – la pregunté sin pararme
a pensarlo un minuto.
Serena,
tras pensárselo unos minutos, accedió a mi invitación.
Y
pasaron los días; los cuales se me hicieron eternos esperando y preparando
cautelosamente la ansiada comida junto a ella. Y llegó el día.
Ella
llegó al restaurante “Le Petit Coeur” puntual, ataviada con sus mejores galas.
Nunca había estado tan guapa, y además se la notaba feliz. Todo se desarrolló
según el plan: las velas y la música creando un agradable y místico ambiente,
la conversación era fluida, y la comida, aunque cara, era exquisita. Era turno
para el momento estrella: la declaración, todo a una carta, ¿podría conservar
mi amistad con ella a pesar de que ella no quisiera salir conmigo? ¿Me volvería
a mirar igual, o por el contrario me
vería como a un rarito al que evitar? Bufff, cuanta tensión concentrada en tan
poco tiempo. Me armé de valor, y la dije:
-Serena,
eres la chica más impresionante del mundo. Te digo esto porque te conozco desde
la guardería y siempre has tenido algo especial, ese toque mágico que convierte
a las personas “excelentes” en “perfectas”. Hasta ahora me ha dado vergüenza
decirte esto porque pensé que podrías dejar de hablarme y verme como a uno más
en este “mundo de masas”. Pero confío en
que yo haya causado en ti alguna sensación especial a lo largo de estos años.
Te quiero Serena, desde hace mucho, pero ahora más que nunca. Por eso te
pregunto, ¿te gustaría ser mi novia?
La
respuesta de Serena fue rápida, ella sabía que esto podía ocurrir y traía su
respuesta ensayada de casa. Bebió el último trago de su copa de champagne y
comenzó a hablar:
-Rubén,
siempre he sabido que este momento podría llegar. Mi respuesta nunca es un “No
sé”, ya lo sabes, y esta vez no será diferente. Pero la respuesta, aunque está
tomada, no te la daré estas navidades.
Tras
esta comida, pasaron los meses, y seguía sin recibir una respuesta.
Un
día de Mayo, impaciente ya por conocer la respuesta, me acerqué por su casa una
tarde para preguntarla cuando podría conocer su voluntad. Ella respondió sin
indirectas:
-El
primer día de clase de Medicina, cuando te vea sentado al lado mío, te lo diré.
Hasta entonces, has de intentar demostrarme que eres el indicado para que yo
ese día te entregue la llave de mi corazón.
Esta
respuesta me dejaba dos objetivos bien diferenciados: el primero y más
evidente, había que entrar en Medicina, había que bordar la Selectividad. El
segundo consistía en demostrar que yo sabía lo que ella buscaba en un hombre, y
demostrar por ende que yo poseía dichas facultades.
Durante
el siguiente mes me centré únicamente en el objetivo de la Selectividad y el
acceso a Medicina, que tanto ella como yo logramos sobradamente debido al duro
trabajo y a la cantidad de horas invertidas en el estudio para poder tener
plaza en esa carrera vocacional con la que siempre habíamos soñado.
A
partir de entonces, y una vez conseguido el pase al Grado de Medicina, traté en
exclusiva de demostrarla que yo era lo que ella quería. Yo la perdí de vista
todo el verano puesto que ella había sido seleccionada para realizar un viaje a
Estambul como premio por su alto rendimiento académico, ligeramente superior al
mío. Allí estuvo los 3 meses que dura el verano, con un grupo de estudiantes de
también altas capacidades, aprendiendo acerca de la cultura turca. Y yo en casa
siempre con la misma pregunta en la cabeza: ¿Y si alguno de esos estudiantes es
capaz de aportarla aquello que ella quiere antes de que yo tenga tiempo de
demostrárselo?
Una
semana antes del inicio de la
Universidad tuvimos tiempo para quedar a tomar un café con
vistas a la catedral en la plaza del Obradoiro. La pregunté por el viaje, a lo
cual ella me respondió que si tuviera la oportunidad, lo repetiría al año
siguiente, y al próximo, y al próximo… lo cual acrecentó mis dudas. Quizás
había encontrado en tierras turcas lo que buscaba. A fin de cuentas, ¿quién era
yo para que ella se enamorase de mí? ¿Qué tenía yo de especial? Nada, solo era
un buen estudiante con una buena nota, pero fuera de esa faceta de estudiante,
yo me consideraba bastante ordinario.
Pasó
la semana, y llegó el día de volver a colgarse la mochila sobre los hombros y
empezar a formarse como futuro médico. Ese día habíamos quedado Serena y yo
para la respuesta final en “Le Petit Coeur”, igual que el día en que todo
empezó hacía ya más de 8 meses. Justo al finalizar el último sorbo de la copa
de champagne ella comenzó a pronunciar su respuesta:
-Rubén,
has sido muy buen estudiante el curso pasado y ahora estás cumpliendo una parte
importante de tu sueño, que era estudiar Medicina. No obstante, hace ya casi un
año me comentaste que tú sueño estaría solamente completo si yo estuviera a tu
lado como pareja. Yo te prometí responderte hoy, y así lo haré. Mi respuesta,
por mucho que te sorprenda, es un SI. Durante el tiempo que estuve fuera en
Turquía me di cuenta de que a pesar de que mis compañeros de viaje eran
increíbles, siempre me faltó algo. Al principio pensé que se trataba del jamón,
del pulpo o de la tortilla que tanto añoraba. Luego pensé en mi casa, pero
tampoco era eso, porque las comodidades que nos ofrecían eran de gran calidad.
Hasta que al final caí en la cuenta de que quien me faltaba era esa persona que
me había ayudado, sin pedir nada a cambio, a conseguir cada uno de mis
objetivos en mi vida y, en consecuencia, a ser feliz. Eras tú Rubén, durante el
tiempo que pasé lejos de Galicia extrañé tu sonrisa, buscaba ese “Estás
guapísima” de cada mañana en el instituto, pero no lo encontraba, y buscaba esa
mirada única que solo encuentro en tus ojos. “No vivas para que tu presencia se
note, sino para que tu ausencia se sienta”, y eso es lo que sentí durante ese
viaje, tu ausencia. Solo contigo ese viaje hubiera sido perfecto. Te Quiero
Rubén.
Yo
tenía los ojos encharcados de la emoción con la que iban cargadas esas
palabras. No esperaba ni por asomo esa respuesta afirmativa, y ni podía soñar
con recibir además esa justificación que ella acababa de dar. No hizo falta
decir nada mas, después de su “Te Quiero” reinó el silencio como ya es típico
en este tipo de situaciones, y tras secarme los ojos con un pañuelo que ella me
había ofrecido, la comisura de sus labios se topó con la mía estableciendo el sello del que desde entonces es ya
“nuestro amor”.
Hoy,
20 de Septiembre de 2012, Serena y yo cumplimos un año juntos, y por eso me he
decidido a plasmarlo todo sobre un papel, para no olvidarlo nunca, pase lo que
pase. También puede servir de guía para algunos “novatillos del amor” que quizá
hoy se estén conociendo en algún lugar del mundo, y tal vez empiecen a sentir esto tan bonito de lo que tanto
Serena como yo disfrutamos cada día. A esos chicos y chicas que hoy dan sus
primeros pasos en este mundo de la atracción mutua, decirles que nunca se
rindan, porque el amor…
…EL AMOR LO ENCUENTRAS
CUANDO MENOS TE LO ESPERAS
Hola!!!
ResponderEliminarleer este relato con la música de Le jardin de l'esperit es una gozada!
sigue así !
te invito a pasarte por el mío si te apetece :D
un saludo!